Venezuela y la tranquilidad de Adán García. Pltgo. Oswaldo Espinoza.

 

Venezuela y la tranquilidad de Adán García.

Pltgo. Oswaldo Espinoza.

“El siempre muy vivaracho andaba quieto, pero en la tranquilidad del desesperado”, así cantaba Rubén Blades relatando el último día de vida de Adán García, retratando la situación que viven los pueblos del sur global, excluidos, segregados y desaparecidos socialmente por el sistema mundo moderno – colonial; millones de Adán García que viven en el norte global se enfrentan a la imposibilidad casi total de cubrir las necesidades más básicas de sus seres queridos; al igual que aquellos adanes (y evas) que son víctimas del norte global que vive en el sur geográfico, que ven precarizadas sus condiciones de vida a nivel de la desesperación.

Crisis, disociación y corresponsabilidad.

El pueblo venezolano anda quieto, y lo hace en medio de una crisis multidimensional, multiforme que ha llevado las condiciones de vida de las grandes mayorías a un nivel de pauperización desesperante: La depreciación absurda del salario de la clase trabajadora, escasez de combustible, gas doméstico, alto costo de alimentos y los servicios en una economía con una dolarización de facto; súmese a ello las demoledoras consecuencias de la pandemia de la Covid-19 en la cotidianidad de un pueblo como el nuestro, situaciones que afectan por igual la experiencia de la vida y la muerte (en extremo dolorosa cuando nos toca tan cerca con un ser querido); en todo caso reconocer como se manifiesta la crisis  no hace más que confirmar lo que todos ya sabemos y vivimos; el asunto controversial viene cuando se trata de establecer responsabilidades.

Lamentablemente el relato cultural de la modernidad para el sostenimiento del sistema mundo nos ha llevado a ver el mundo desde la simplicidad dicotómica de los buenos y los malos, lo blanco y lo negro, lo propio y lo extraño, nosotros y los otros, una dualidad dónde un lado siempre tendrá toda la razón y el otro toda la culpa; pero la vida no es tan simple y a la verdad sólo nos podemos aproximar a partir del análisis crítico de los hechos, y aun así, solo nos podremos hacer un juicio más cercano a la justicia, pues la verdad no está dada, no es fija, objetiva o inmutable.

La crisis Venezolana es multidimensional y multiforme, y si bien cada lado del espectro político se empeña en asignar la responsabilidad de la misma en forma exclusiva a sus rivales, existe una corresponsabilidad que alcanza a unos y otros y a todos nosotros como sociedad de una u otra forma. Contrario a la tendencia, culpar de todo a la acera del frente, resulta que es una posición absurda que termina negando u ocultando los hechos; tan absurdo es negar los efectos de una guerra de cuarta generación desatada por el hegemon contra nuestro país desde al advenimiento mismo de un proyecto político de país independiente y alejado de los intereses de la primera potencia mundial, una guerra que gradualmente fue aumentando su agresión hasta llegar a sus máximos niveles actuales con las medidas de coerción, mal llamadas sanciones, que han provocado el colapso de las condiciones de vida antes referidas; como también absurdo es negar los errores y omisiones del poder constituido en la gestión de la crisis; los errores en lo político, es decir en la forma de aplicar las políticas (policy) que por otro lado resultaban totalmente coherentes con el proyecto nacional consagrado en la constitución, lo político influenciado por las viejas prácticas de la cultura política venezolana, auténticas sanguijuelas que deberían ser superadas en un proyecto como el del Estado social de derecho y justicia, parásitos como el asistencialismo, paternalismo, clientelismo, nepotismo y corrupción, los cuales lejos de morir de hambre terminaron reproduciéndose y haciendo ir en sentido opuesto el proyecto de nación.

Ambas posturas desde los extremos demuestran un nivel preocupante de disociación, como la de aquellos que negaban los beneficios en las políticas de inclusión y la redistribución de la riqueza en la época de bonanza en la primera mitad de los 2.000, es cierto que se trataba de la riqueza generada por la renta petrolera, pero su distribución más democrática produjo un estado de ánimo colectivo al que hoy las personas llaman el “éramos felices y no lo sabíamos”; lejos de ser ideal por depender del modelo rentista, representaba un primer paso necesario para luego reactivar el aparato productivo, ampliar la industrialización y generar riqueza no petrolera, al tiempo que se mantenían los niveles de rentabilidad del negocio de los hidrocarburos y se disminuía su dependencia de proveedores extranjeros por razones de soberanía estratégica (que no se logró precisamente por los errores en lo político); tan o más disociaciados están hoy los que niegan, disfrazan u ocultan las dimensiones y alcance de la crisis actual en todos los aspectos de la vida nacional. El punto aquí es que ambos lados son corresponsables de esta crisis y comparten su paternidad, pero y que hay de nosotros como sociedad.

Valores transmutados, el problema cultural de fondo de una sociedad antropófaga.

Resulta lamentable pero nuestra sociedad ha venido experimentando una inversión de los valores más elementales, tanto los que sobrevivieron de nuestros ancestros originarios, como los que acogimos del cristianismo como modelo de vida, así como de los que nos legaron nuestros próceres como Bolívar y Rodríguez; los valores propios del sistema mundo basados en el individualismo, el consumo y la competencia han degenerado en una resemantización de valores opuestos que cambian de nombre y de posición en la aceptación social de las mayorías; de esta forma mientras la honestidad y la solidaridad eran desprestigiadas y rechazadas, se las rebautizo como pendejera y se convirtieron en características vergonzosas con las que el común no quiere ser identificado; mientras tanto en sentido inverso, la deshonestidad y el egoísmo recibieron el orgulloso nombre de viveza criolla, un nombre que no solo permitía su aceptación y asimilación, sino que además permitía justificarlo y fomentarlo sin remordimiento de conciencia incluso en el seno familiar. Esta es una realidad tan abrumadora que incluso logra ocultar los destellos de solidaridad, hermandad y honestidad de personas, familias y comunidades que demuestran cual debe ser el camino para afrontar la crisis venezolana.

Los valores transmutados, cambalache de valores como el tango me recordaba mi profe, combinados con la crisis multidimensional y la pandemia conforman la mezcla perfecta para hacer aún más intolerable la situación, pues como todos quieren ser “vivos” (deshonestos y egoístas) y no “pendejos” (honestos y solidarios), lo que dicta esta desviada moral es aprovecharse de las circunstancias para beneficio personal, aprovechándose de los más vulnerables; entonces las diferencias de afiliación partidista (porque en el fondo ni siquiera son ideológicas) desaparecen pues terminan hermanados (cómplices) en sus prácticas; así ante la escasez o el alto costo de los alimentos y los programas de subsidio gubernamental se hermanan los funcionarios civiles o militares con los empresarios especuladores del sector productor o distribuidor de alimentos, lo mismo ocurrió con el acceso a los vehículos, dispositivos informáticos y de telecomunicaciones, así como los electrodomésticos, producidos a precios solidarios para la inclusión de las mayorías y que terminaron en manos privilegiadas producto de la connivencia de unos y otros; es lo mismo que ocurre hoy con la distribución del combustible y el gas doméstico, y peor aún, en el marco de la pandemia, esto acurre también con un proceso tan doloroso como la convalescencia y la muerte de un ser querido, ahora convertida en una cadena de alcabalas dolarizadas y un negocio redondo para funcionarios, distribuidores de suministros médicos y servicios funerarios. Alguna vez un buen amigo definió lo que estaba ocurriendo como una sociedad de caníbales en la que los más vulnerables los “pendejos” serán irremediablemente devorados; con cada día que pasa, con cada experiencia vivida resulta increíble cuan acertadas fueron sus palabras.

La crisis, la pandemia y la antropofagia social generalizada tienen a los venezolanos en la tranquilidad del desesperado y en ese marco no falta quien quiera aprovecharse de este oscuro panorama para acabar con nuestra paz mental, espiritual y social; ya al parecer desde ambos frentes existe la intención de desmoralizarnos y derribar nuestra autoestima; es como si desde una parte trataran de que nos sintiéramos avergonzados de ser venezolanos y de ser soberanos, de nuestra identidad e historia, desde allí no pueden comprender porque no estamos implorando por una invasión, porque no estamos dispuestos a renunciar a nuestra autodeterminación, e incluso porque no consideramos la idea de renunciar a parte de nuestro territorio a cambio de la intervención de ciertas potencias; desde el otro extremo al parecer (coincido en este caso con una colega) se hace lo necesario para convencernos de estar avergonzados de nuestra experiencia, en nombre de la exacerbación de la juventud (fundamental para todo proyecto, pero sin menospreciar la formación y experiencia) casi que hay que arrepentirse de haber dedicado años de esfuerzos a una labor y contar con los conocimientos que solo la experiencia puede forjar, incluso de los méritos acumulados durante la experiencia, por eso de la demonización de la meritocracia; así mismo resulta sospechosa la intención de hacernos sentir vergüenza de nuestra formación, de haber estudiado, de nuestras credenciales académicas o de la calificación en el desempeño de nuestras funciones, es como si quisieran darle la razón al peor dicho del refranero popular venezolano: Suerte te de Dios que el saber de nada te vale; algo contradictorio con la claridad de otros procesos políticos alternativos al hegemon que entienden el papel fundamental que juegan los científicos, ingenieros e intelectuales como vanguardia de la clase trabajadora en la generación de producción soberana, independencia y riqueza nacional, que comprenden perfectamente que los principios de equidad e igualdad no tienen nada que ver con el igualitarismo burdo.

Finalmente habrá quien quiera aprovecharse para encender hogueras internas o se prestará para crear escusas para el hipotético casus belli de una intervención extranjera; el llamado para todos como nación es a aprovechar esta tranquilidad relativa para aunar esfuerzos colectivos para dialogar y comprometerse a cambiar lo que haya que cambiar, corregir lo que necesite ser corregido y participar todos en la gestión de esta situación desde la posición en la que nos encontremos, desde una acera o la otra, desde el poder o desde la casa, desde la esfera pública o privada, es la hora de la reflexión crítica que nos permita entender que necesitamos salvar nuestra patria de todas las amenazas que la acosan desde adentro y desde afuera, es la hora de los venezolanos con paz y participación, no terminemos como Adán García, no permitamos que nos quiten el orgullo de ser la nación que Dios quiere para nosotros y que el Libertador nos legó para hacerla grande.

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