JÁCARO DE ALDEA. POLICÍA DEL MUNDO. Prof. Alfonso Davila



JÁCARO DE ALDEA.
POLICÍA DEL MUNDO.
Prof. Alfonso Davila.
Msc. Investigador CIM.



Cada gallinero tiene un gallo, dicen los viejos del pueblo para referirse al personaje que todos conocen, al que nombran en susurros, observan con mirada al piso. Dicho personaje asume su jefatura, aunque no tenga licencia ni estrella de alguacil. Con su tumbao característico camina por calles y senderos dando la apariencia de llevar un piano entre pecho y espalda. Tiene mirada de rayo para fulminar a quien se le atraviese. Bufido de trueno para doblegar al otro y, cuando su cuerpo no es suficiente recurre a las armas y sus secuaces para fustigar, asaltar, asesinar, asediar, pero de requerirlo, puede presentarse como un sujeto venerable o el salvador de la comarca.

El jácaro no tiene complejos con su figura, puede ser fortachón, igual le da ser flacucho o barrigón, blanco, naranja, negro o “marrón”; también suele cubrirse de oro, barras o estrellas, pues, su poder no está en su cuerpo sino, en su “ser”. Como todo depredador, tiene preferencias alimentarias: el débil es su bocado predilecto; el indefenso, su bocadillo; y como entremés puede degustar cualquier anciana o niña que se cruce en su camino. Este sujeto cuando necesita salir fuera de los límites de la aldea, cambia su comportamiento por un andar tranquilo, mimetizado, se muestra decente y de intachable conducta; apariencia que modifica si desea o requiere dejar ver su verdadero rostro, de madera que, se deja acompañar de súbditos o sujetos amaestrados que por lo general buscan imitar a su mentor para ganar estima, juntos actúan como jaurías hambrientas, guiados por la bestia dominante quien se queda con el jirón mayor.

Otro elemento identificador del jácaro, es que tiene su propio paradigma para la vida y el conocimiento, define su mundo con todo y axiología mientras impone su dominio. También lo hace con su territorio, al igual que los felinos y canes, marca por donde se desplaza y todo lo visto, tocado o sentido, lo introduce en su conciencia (gewissen) y lo reclama para sí.

Si vamos más allá de nuestra aldea y vemos un poco de mundo, por lo menos, aquel encontrado por Colón (1492), seguido por los ingleses y portugueses que explotaron y masacraron hasta comienzos de la modernidad, podemos ver la existencia de elementos semejantes entre el jácaro de la aldea y el señor del imperio del norte que, se viste con capas de águila calva, se adorna con estrellas, grandes garras y pico de acero usado para destrozar el bocado que en América son todos los pueblos; claro está, la organización y la estructura del imperio es más compleja que la del jácaro.

El imperio tiene su propio jácaro como representante y máximo controlador de la sociedad, el Estado y el Gobierno, organizado a su medida y reparte su poder en todo el orbe porque su panza es gigante.  Cada cierto tiempo cambia su plumaje y mantiene el chip identificador para asegurar la visión de los pueblos, los Estados y territorios del mundo, de hecho “Tal iniciativa determina que sobra y que falta para el tipo de vida impuesto por quienes se sienten con plenipotenciarios derechos de hacerlo” Villafaña, (2006:148): El imperialista al igual que el jácaro busca lo mismo, pero en diferente cuantía: conquista de naciones, saqueos y destrucción de pueblos para acrecentar sus riquezas, imposición de nuevas culturas, asesinatos, alimentación de secuaces para asegurar su poder y dominio. 

El Jácaro (el señor del norte) ataca naciones débiles y con su razón justifica la acción. Si desea o necesita petróleo, gas, madera, agua, minerales, cosechas o la vida de otros se lanzan sin escrúpulo alguno, porque para el jácaro, asesinar es un valor. Por donde desandan queda el sufrimiento, la muerte y la desolación, pues su máxima es: mientras más vidas queden en el camino, el reparto es mejor. Tal como lo señala Villafaña en su libro Secuelas Imperiales (2006:148), “De manera obscena y criminal evalúa la constitución de una nueva tabla de valores desde la cotidianidad impuesta a la existencia (...) Van en busca de los aspectos más degradantes del ser humano para patentizarlos como buenos, útiles, virtuosos.”

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